XUMAPAZ CHOSEN FOR NATIONAL LIBRARY’S CONCERT SERIES

Congratulations are in order; Xumapaz is among the groups chosen for the National Library’s 2014 Música con Tempo Colombiano series. We’ll be performing on Sept. 17 in the National Library’s German Arciniegas Auditorium (Calle 24 No. 5-60) at 6 p.m.

The idea behind this series of concerts is to incorporate into the band’s repertoire pieces deposited in the National Library’s music archives. We've devised a set of original Xumapaz compositions and for each of these a theme by a Colombian artist, in the Library archives and in the genre that inspired the Xumapaz song. With this setlist in mind, I set out with Xumapaz guitarist/arranger Alejo Restrepo, as geeky as I am when it comes to manuscripts and old recordings, to seek out the songs in the Centro de Documentación Musical.

As we breached the imposing white marble façade of the monolithic institution founded in 1777 whose mission is to “preserve and disseminate the nation’s historical memory”, I felt like we were walking onto the set of some Stalin-era biopic. Before us a mammoth double-tier granite staircase led up to the Centro de Documentación Musical on the fourth floor. An enormous banner with Alvaro Mutis’s face hung down from the second story into the main hall. The sound of our footsteps on the granite echoed suitably, very much in keeping of my idea of an ascent into the lofty heights of erudite learning, although the reading rooms on either side of the second floor landing were eerily empty, save for the young uniformed guards seated at the entrance who turned their heads hopefully at the sound of approaching footsteps and sighed audibly as we continued past. On the third floor landing we encountered a towering Rubrik's Cube made from discarded replicas of 19th-century furniture. I tried to imagine as we continued our climb, why, in a building this gargantuan, undoubtedly riddled with spooky, abandoned storage rooms or at least an unused corner of the basement, they had chosen to stack these relics on the main staircase. But by the time we reached the fourth floor we were in tune with the building’s zeitgeist and not in the least surprised to find… nothing. The staircase ended on the fourth floor landing, so where was the Centro de Documentación Musical?

Well, milady, if you’ll just step out onto the roof and through the puddles on the tarmac over to the fire door in front of you... I was instantly transported back to the science labs in my old high school with their stainless steel tables and chairs, linoleum flooring and spacious hallways. But where were the manuscripts? As it turns out, the Center’s anachronistic circa-1938 looks are misleading; the information we sought had been very efficiently entered into a computerized database, which we accessed with help from the Center’s reserved but very competent staff. We filled out a form with the reference numbers of the songs we were seeking and a librarian in a lab coat (a combination I found disquietingly erotic, but that’s just me) came back from who knows where with a stack of manila file folders.

Although none of the manuscripts we were shown had been penned by the composers themselves, each of the handwritten scores hinted at stories of ink-spotted copyists shackled to creaking Dickensian desks or provincial performers invited to the capital to entertain at the Hotel Tequendama's oh-so-fashionable Salon Rojo (the lyric sheet we were given for “El chimbilaco” was written in felt-tip pen on the back of one of those cardboard advertisements you find on hotel night tables). No uniform, computer-generated notes and rests here; we were greeted by a variety of hands and styles, each in its own way perfectly neat and orderly. Obviously, a lot of thought and pride had gone into the preparation of these documents destined for the National Library archives.

Lyrics for "El chimbilaco" on back of Tequendama advertising
I admit I felt a nerdy chill pass through me as I lined up the scores on a vast wooden library table and fired up the “scanner” on my iPad. This was history I could touch, not just look at on the computer. And even more exciting, we would be able to interpret these dots and dashes, recreate them decades after they were written out by human hands, like ours, in love with the music.

I suppose this is exactly what the Ciclo de Conciertos is for ­–to bring a bit of history to life. I for one salute the Library's efforts to draw us up their staircase and on to unexpected adventure, and once again take my hat off to the Library's untiring cultural warrior (and pianist), Jeanette Riveros, who has proudly promoted the concert series every time we meet at a concert or cultural event.

And not only did we take away new/old music… we left behind, as requested of all the artists participating in this concert series, copies of the two XUMAPAZ productions: Xumapaz (CD) and La brecha (DVD). So if anyone out there gets the same thrill I do from entering a library and physically accessing in a very old-style manner unknown music and scores, CHECK US OUT!

¡Qué viva la Biblioteca Nacional!

¡Qué nos feliciten, carajo! Xumapaz es ganador del ciclo de conciertos “Música con Tempo Colombiano” de la Biblioteca Nacional. El concierto está programado para el 17 de septiembre a las 6 p.m. en el Auditorio Germán Archiniegas.

La idea detrás de este ciclo impulsado por el Programa de Estímulos del Ministerio de Cultura es de “consolidar una programación basada en repertorios que incluyen documentos musicales custodiados por el Centro de Documentación Musical de la Biblioteca Nacional.” Para armar nuestro repertorio, entonces, hubo que visitar el Centro. Me llevé al guitarrista/arreglista de la banda, Alejo Restrepo, sabiendo que él tendría, como yo, una fascinación ñoñoística por el lugar y los manuscritos. Y no nos decepcionaron.

Entrada de la Biblioteca Nacional
Al quebrantar la fachada imponente de piedra amarillezca de la institución monolítica fundada en 1777 cuya misión es de garantizar “ la recuperación, preservación y acceso a la memoria colectiva del país”, sentí que entrábamos en el “set” de un documental de la era estalinista. Ante nosotros se erguía una enorme escalera de dos alas en granito que nos llevaría al Centro de Documentación en el cuarto piso. Un pendón gigante con la cara de Álvaro Mutis caía desde el segundo piso para ambientar el vasto hall de entrada. El sonido de nuestros pasos sobre el granito creó un eco digno de tal recinto y de acuerdo a la imagen que yo tenía de un ascenso a las nobles elevaciones del conocimiento erudito, aunque los salones de cada lado del descanso del segundo piso se encontraron extrañamente, casi completamente vacíos, salvo por los jóvenes uniformados sentados en las entradas quienes voltearon con ojos llenos de expectativa al escuchar nuestros pasos en la escalera, como si hacía rato nadie entraba a leer ni a consultar, y que suspiraron en forma casi audible al vernos seguir derecho. Sorpresivamente, en el descanso del tercer piso encontramos una colección de viejas réplicas de muebles estilo-siglo IXX amontonados hasta el techo. Me pregunté, mientras seguíamos subiendo, por qué en un edificio tan gigantesco y indudablemente lleno de miedosos almacenes abandonados, o por lo menos con un sótano subutilizado, había escogido el descanso del tercer piso de la escalera principal para almacenar, como un cubo de Rubrik, esta reliquias. Pero ya llegando al cuarto piso, a nuestra meta, íbamos entrando en el zeitgeist del lugar y no nos sorprendió, casi, encontrar… nada. La escalera terminó en el descanso del cuarto piso, pero ¿dónde estaba el Centro de Documentación Musical?

Bueno, mileidy, si das un pasito hasta el techo, y saltas por encima de algunos charcos de autentiquísima lluvia bogotana, ¡lo encontrarás! Fui instantáneamente transportada a los laboratorios de mi viejo colegio de barrio con sus mesas y sillas en acero inoxidable y sus largos y amplios corredores con piso de linóleo incoloro. ¿Pero dónde estaban los manuscritos? Resulta que el “look” anacrónico, circa 1938, del Centro no es más que un embuste: la información que buscamos se había muy eficientemente incorporado a una base de datos computerizada al que accedimos con la ayuda del personal reservado pero muy competente del Centro. Llenamos un formato con los datos de los temas que buscamos y un bibliotecario vestido de bata de laboratorio (una combinación que me pareció inquietantemente erótica –sobre gustos no hay nada escrito) volvió muy pronto de quien-sabe-donde con una pila de carpetas de Manila.

Salones de lectura en otra época
Aunque ninguno de los manuscritos que nos mostró el joven fue de la mano del mismísimo compositor, cada uno conjuraba visiones de copistas salpicados de tinta sentados en destartalados escritorios dickensianos o de intérpretes provincianos venidos a la capital para entretener en el elegantísimo Salón Rojo del Hotel Tequendama (la letra que nos entregaron para “El chimbilaco” fue escrito en marcador viejo en la parte de atrás de uno de esos cartones publicitarios que se doblan en triángulo para quedarse parado en la mesita de noche de una cama de hotel). Nada de notas y silencios uniformes y computerizados; nos saludaron una gran variedad de manos y estilos, cada uno completamente único y perfectamente pulcro y ordenado. Era evidente que estos documentos se habían preparado con mucho orgullo y reflexión a sabiendas que eran destinados para el archivo de la Biblioteca Nacional.

Confieso que mi lado ñoño experimentó un leve escalofrió de emoción al “escanear” con mi iPad las partituras dispuestas en un largo mesón de madera. Esto era historia, historia que yo podía tocar con mis manos, no ver solamente en pantalla. Y aún más emocionante, íbamos a poder interpretar estos puntitos y rasguños, recrearlos después de décadas de ser escritos por manos humanas desconocidas pero enamoradas, como las de nosotros, de la música.

Supongo que esto es exactamente lo que busca generar el ciclo de conciertos: hacer revivir un pedazo de su catálogo histórico. Saludo los esfuerzos de estas personas por atraernos por esa escalera hacia una aventura inesperada, y muy especialmente a la incansable guerrera cultural (y pianista) Jeanette Riveros que cada vez que la encuentro en conciertos y eventos promociona orgullosamente estos archivos sorprendentes.

Y no solamente nos llevamos algo… dejamos también, en respuesta a la solicitud de la Biblioteca a todos los artistas que participan en esta serie de conciertos, copias de las producciones de XUMAPAZ: el CD “Xumapaz” y el DVD “La brecha”. Para que los que sienten, como yo, una emoción grande al entrar en una biblioteca y físicamente acceder, de la manera más “vieja escuela”, a música y partituras desconocidas. ¡Vayan a ver, leer y escuchar!

¡Qué viva la Biblioteca Nacional!